miércoles, 1 de abril de 2009

Momento rescatado

Pasó el día del padre. Mi casa estaría en completo silencio, de no ser por un ejercito acompasado de manecillas que animan a quien tanto temo. Releo lo escrito y veo que siempre guardaré todo, aunque parezca que lo cuento.
La notxe huele a nostalgia, a cariño incondicional, suena a orquesta y baile, suena a copla.
Es extraño, nunca antes había escrito sobre lo que más quiero en este mundo: mis padres. Y, sin embargo, hoy algo me pide que saque todo eso que, durante años, ha sido un tesoro enclaustrado, miradas y pensamientos encerrados que, por alguna razón, no quería revelar.
Muchas veces, no podría decir cuantas, me paro a pensar en todos esos años que han dejado atrás. Postales de viejos pueblos, de ciudades que apenas renacen de sus escombros. Me paro a pensar en lo que unos ojos de niño podrían observar atónitos. Cómo la llegada de un automovil podría despertar sueños, y las sábanas blancas teñidas de fotografías nerviosas, podían sembrar asombro y espectación casi milagrosa.
A veces me paro a pensar y veo en el brillo de sus ojos toda una vida de aventuras y descubrimientos, de inocencia y todo un diccionario de asombros. Me estremezco y veo como crezco, y entiendo tantas cosas que no querría saber, y me entra miedo, pánico, porque ahora es mi turno de devolver lo que debo, pero no como vengo haciendo hasta ahora, como un autómata, sino de verdad, con pleno conocimiento.
Es extraño, nunca antes había escrito sobre lo que yo más quiero. Y aunque veo lineas, se que sigo sin escribir nada y que, lo que hay dentro, no se podría escribir ni en mil lenguas o dialectos. Es algo que me llevaré con el último aliento, y que apenas se me escapa en un abrazo, una mirada o un beso.
Que raro me resulta escribir sobre lo que yo más quiero, y ver que no he ditxo nada, y se que nunca podré hacerlo.
Os quiero.