martes, 2 de junio de 2009

Sombrío suena el niño que ríe vacío.

Reza en silencio, como aquellas mujeres enlutadas moviendo solo los lábios, un Campo Santo dorado de atardeceres silenciosos, abrazado por miradas vacias de los que parcen dormir y una comitiva hipnotizante de señores altos y grises, con brotes aún verdes que empiezan a envejecer. Un día las sonrisas no alcanzaron a besar sus labios y las miradas se agrietaron, el mismo día en que la recia tormenta, que copaba en su interior, rompió las paredes del alma secando cualquier ápice de vehemencia de la que ya no queda ni el recuerdo.
Nunca ha sentido la brisa delicada de la tranquilidad, ni supo a ciencia cierta qué era realmente la prosperidad, apenas admiró la pimera luz todo ya había terminado... y nunca supo qué mujer era aquella a la que la gente llamaban suerte o destino o fortuna, la mujer aquella que le había tocado cuando él aún no había abierto los ojos, y con los años se percato del poder de esta, pero seguía sin entender muy bien, el poder de su asombrosa influencia.
El tiempo ha ido tapando con ceniza su rostro añejo, mientras en sus ojos se apaga la vida.
Zarpan veleros desde su puerto, sorteando piras fúnebres y desesperados con el alma perdida.
Se agotan los sueños, se evapora el ánimo, duerme ya el valor, no queda más que una coraza vacía, en la que antes latía un corazón.
Dificil es parar el tesón con el que las entrañas le hacen arder a uno. Dificil es no consumirse cuando para pararlo no se encuentra ninguna razón. Imposible seguir escribiendo si la pluma la empuña aquel que ya murió.
Sombrío suena el niño que ríe vacío.